martes, 4 de octubre de 2011

Sobre nubes que corren.

Había llegado una vez más a una ciudad totalmente desconocida.
Me asomé entre los edificios y las calles pobladas para observar a fondo lo que me deparaba. Logré ver a las personas caminando hacia sus destinos; por alguna razón la mayoría de ellas parecían sumirse en el hastío y caminaban lento, lento.
"Tal vez lo que necesiten sea un poco de emoción" pensé. En seguida me acerqué más para que me vieran y lograran emocionarse. Me puse sobre todas esas personas.
En cuanto me vieron, comenzaron a quejarse y a maldecirme; y pude notar cómo caminaban cada vez más rápido sin dejar de mirar hacia arriba, hacia mí.
"Pero, ¿por qué se van? ¿por qué se alejan? ¿es que no me esperaban?" les grité; pero de mi boca sólo salió un rayo seguido de un trueno, con el cuál la gente se apresuró aún más, sacando periódicos y recargándolos sobre sus cabezas cálidas y muchas de ellas, calvas.
Me dolía. De verdad me dolía ver cómo la gente huía de mí. Yo había llegado a visitarlos con la intención de sorprenderlos y me lo agradecían así: huyendo de mí y lanzando maldiciones.
En 3 segundos me llegó una rabia increíble, y con la intención de intimidar aquella ciudad que se creía tan poderosa, lancé 3 ó 4 truenos increíblemente poderosos. Me sentí orgullosa de mí misma y mi padre lo hubiera estado también.
Aparentemente sólo logré enojarlos más y me seguían maldiciendo y diciendo cosas como "Ojalá que se vaya rápido". Y extrañamente pasé de sentirme enojada, a tener una tristeza increíblemente profunda. Poco a poco me volví más y más oscura, hasta que ya no pude más y finalmente dejé caer mis grandes lágrimas, bañando toda la ciudad con mi tristeza y envolviéndola en mis brazos de aire helado.
No sé cuánto tiempo lloré, pero eventualmente logré calmarme y dejé que pasaran a la ciudad los rayos de sol y su calidez. Me sentía bastante apenada después de haber llorado tanto. Entonces corrí, y corrí hasta que llegué a un lugar desconocido, bastante vacío. Un campo hermoso, pero seco.
Me quedé observándolo y vi que una pareja salía de una casa pequeña. En cuanto me vieron, sonrieron y pude escucharlos agradecer mi llegada. Las plantas se estaban secando.
Aparentemente me necesitaban, y podían mostrarlo, les emocionaba mi llegada, me encontraban utilidad, me querían con ellos.
Finalmente volví a llorar. Esta vez, de felicidad, y sonreí, sonreí mucho.